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Foto: Revista caretas, fuente  idl reporteros

Y así conocí a Zileri

Publicado: 2014-08-29

Enrique Zileri abrió la puerta de su oficina y vio en el piso un papelito doblado. Se agachó, lo abrió y lo leyó. Treinta segundos después, en todo Caretas se escucharon sus gritos: “¿Quién es el huevón que me manda besos? Que venga inmediatamente!!!”. El huevón era yo. Tenía tan sólo 25 años y acababa de entrar a la legendaria revista como redactor en la sección más picante y movida del periodismo nacional: Mar de Fondo.  

El lugar era un campo de batalla: cinco escritorios apretujados en una pequeña habitación repletos de papeles, folders amarillos, fotos, ceniceros, libros, periódicos pasados, revistas. En el piso y arrimados contra la pared, mas periódicos, más revistas, mas folders amarillos. En ese caos me zambullía a partir del viernes en la tarde el domingo en que terminaba el cierre (Caretas salía el lunes en esa época). Mis compañeros de reclusión eran Marco Zileri, Luis Jaime Cisneros, alguno que otro colaborador ocasional y una suerte de secretaria y coordinador, el simpatiquísimo Enrique Narro. Nuestro jefe era el veterano Alberto Bonilla.

Yo hacía lo que podía para subirme en esa moto que andaba a cien por hora y no paraba. Y por sobre todas las cosas, necesitaba el pase al paraíso, la llave que abría todas las puertas, la estrella de sheriff que demostraba que estabas del lado de los buenos: el carnet de Caretas. Con el carnet, uno podía entrar casi a cualquier lugar, todos soltaban la lengua y por supuesto (cosa importantísima), conseguiría la admiración de mis compañeros universitarios y sobre todo, de las chicas. Y Enrique Narro era quien tenía que conseguírmelo. Cada vez que me lo encontraba era lo mismo. ¿Y? Ya viene, mi rey. Paciencia.

Narro era un personaje en la revista. Siempre con el jean apretado, las camisas coloridas, botas en punta. Cejas delineadas y boca con rouge. Siempre coqueteando, siempre con una broma en la boca. Y los demás le seguíamos la broma. Pues bien, se avecinaba el próximo cierre y yo aún sin carnet. Además, temía (y a la vez, deseaba) que Zileri, cuyos gritos de Júpiter tonante escuchaba a diario desde la redacción, me llamara para encargarme algo y yo no estuviera en condiciones de cumplir. Tiempo después frente al pelotón de fusilamiento, yo sería objeto de varios gritos y mentadas de madre de Zileri, pero también de lecciones magistrales de periodismo y ética. Sin embargo en esos momentos ni siquiera lo había visto. Y necesitaba mi carnet. Así que como Kike Narro no estaba, escribí una nota: “Enrique, necesito mi carnet. Qué desorganización hay en esta revista. Es un despelote! Así no se puede trabajar. Ya pues, no te hagas el loco y dámelo ya! Besos. Roberto”.

Terminé de escribir y cuando iba a dejar la nota sobre su escritorio pasó Norma Eche, la ama de llaves de un metro y medio de la revista (otro personaje inolvidable). Norma!, puedes darle esta nota a Enrique? Claro, dijo. Yo me fui y Norma pasó la nota por debajo de la puerta de la oficina de Enrique..Zileri. Cuando regresé, Kike Narro estaba en su sitio. ¿Y, pregunté, recibiste mi nota? ¿Cuál nota? dijo Kike. Y entonces escuchamos los gritos, seguidos de un “que venga inmediatamente ese Roberto!!!”. Así conocí a Enrique Zileri. Ah, y mi carnet me lo dieron inmediatamente.


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Terco Corazón

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