Ronderos en la sopa
La realidad se sienta en nuestra mesa aunque tratemos de evitarla.
No vayas, le dijo mi mamá a mi hermano Reymundo. Ese día iban a elegir al jefe de los Ronderos allá en mi pueblito de Ayacucho. Reymundo, que era valiente y bueno, quería ser el jefe. Mi tío también quería ser el jefe, pero él era malo y abusivo y odiaba a mi hermano. Mi mamá le tenía miedo a mi tío y por eso le rogó a mi hermano: no vayas. Pero de nada sirvió, porque mi tío, apenas fue elegido, ordenó: ¡vamos a detener los terrucos del pueblo, empezando por Reymundo! Y vinieron a llevárselo.
Todas las noches a la hora de la comida, Nelly le contaba cuentos a mi pequeña hija. Sofía, tres años, dos colitas, cerquillo sobre sus ojos chinitos y cachetes de durazno, era durísima para comer. Pocas cosas le gustaban, volteaba la jeta, cerraba la boca hasta que se le ponía amarilla y finalmente, escupía la comida. Pero Nelly había encontrado la fórmula mágica. Yo las veía siguiendo el ritual. La sentaba en su sillita de niños. Le colocaba el babero. Se ponía ella al frente con el plato de sopa. Y venía la primera cucharada. Sofía volteaba la cara pero Nelly empezaba su relato. Y mi hija embelesada abría la boca hasta que el plato quedaba limpio y la historia llegaba a su fin.
Mi mamá se enfrentó a todos. Agarró fuerte a mi hermano. Gritó y pataleó y al final, pidió que se la llevaran a ella también. Los encerraron en un cuarto de una antigua hacienda para que pasaran la noche. Mi papá, que era una persona débil, fue a averiguar. Le dijeron que su mujer y su hijo eran terroristas y que se los iban a llevar al cuartel de Tambo, para que los militares decidan. Vete, o te metemos adentro a ti también, le dijeron.
Las historias de Nelly incluían vaquitas, burros, ovejitas, estrellas, peces. También seres mágicos que poblaban ríos, campos y bosques. Eran cuentos y leyendas que había escuchado de niña en su pueblo, Ccarhuapampa, en Ayacucho. En ellos, el bien siempre triunfaba sobre el mal y los héroes sobre los villanos. Pero a veces, la historia se le torcía y la realidad ahogaba a la ficción.
En la noche se los llevaron. Cuando averiguamos en la comisaría de Tambo, dijeron que allí nunca llegaron. Mis otros hermanos se quedaron solos porque mi papá, por el miedo, se fue a su chacra. Yo estaba en Lima, tuve que regresar a mi pueblo para cuidarlos. Una noche un amigo nos dijo que saliéramos volando porque iban a venir a llevarnos también a nosotros. Nos fuimos a Huamanga. Otro día, en Huamanga, unos hombres fueron a buscarme, pero no me encontraron. Por eso vinimos a Lima.
Yo que escuchaba con una sonrisa las historias de vaquitas y burritos, un día me pareció oír “terrucos” y “ronderos”. ¿Cuál es esa historia? pregunté. Me quedé con la boca abierta cuando me la contó. Por favor, esa nunca más a Sofía, le pedí, e intenté ayudarla en su búsqueda. Nelly quería encontrar el lugar donde estaban enterrados su madre y su hermano. Y quería justicia.
La historia de Nelly tiene 25 años y aún no termina. En ella, el villano camina impune y sin castigo, sin que el Estado haga nada. Pero yo ya tengo mis heroínas: una madre que se la juega por su hijo; Nelly que salva a sus hermanos y que hoy lucha día a día por sus propios hijos; y una niña que creció y que -quizás influida por estos relatos- imagina y escribe historias donde el bien triunfa sobre el mal. Una vez más, las mujeres nos enseñan el camino.